Los días así. Los detesto. Si por mí fuera viviría en mi mundo de fantasía en la luna o bajo del mar cada minuto de mi vida.
Pero con el tiempo aprendí a aceptar los días así. Porque sirven para ver los clavos y sacarlos, para ser consciente de las roturas estructurales que tenemos, para llorar y jurarse que nunca, nunca, nunca más.
Los días así sirven para aceptar que nos rompimos pero recordar que nadie nos rompe: nosotras lo permitimos, por amor, por querer salvar al otro, porque no sé, nos pinta que nos rompan un poco, vaya a saber por qué ese afán de mártir Fridakahlesco.
Los días así, por suerte, son cada vez menos pero de vez en cuando aparecen: una gran luz roja, fijate que ahí eso que hizo/dijo/dejaste hacer/decir todavía te duele y que no existe mega saga de novela romántica azucarada que logre cicatrizar el destrozo que dejó a su paso.
Solo una misma se puede reparar.
Escribiendo la novela.
O pintando el cuadro.
O tejiendo una nueva manta.
Una cálida, cariñosa, amorosa, abrazable, para los días así.
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